viernes, 21 de noviembre de 2008

NARRAR ES DE HUMANOS




Luis Barrera Linares.
Discurso y literatura. Teoría, crítica y análisis de textos a partir de los aportes del análisis del discurso.
Caracas: Los Libros de El Nacional, 2003. pp. 5-12.
ISBN: 980-388-041-1



Introducción


El espectro discursivo

Comunicativamente, las sociedades humanas se agrupan bajo la orientación de las formas discursivas que (re)producen y a través de las cuales conciben y le dan forma al mundo. Convengamos para entendernos que, en ese mismo sentido, el lenguaje permite al hombre diseñar cognoscitivamente dos tipos diferentes de universos: el universo físico y el universo conceptual. Si atendemos a la propuesta de Patrick Charaudeau (1983, 1992), que a su vez ha sido reformulada por la investigadora venezolana Iraida Sánchez de R. (1993), podríamos aceptar también que al organizar tales universos mentalmente, a fin de materializarlos lingüísticamente, lo hacemos a través de un “ordenamiento” que resultará diferente, de acuerdo con la configuración interna que le damos y el propósito que nos mueve a comunicar algo. De allí que ambos autores hayan adoptado para el caso la denominación “órdenes del discurso” al aludir a las distintas materias de que se componen los textos, de acuerdo con su coherencia interna y el modo como pueden éstos aludir a la realidad. Varios serían los órdenes existentes, pero para lo que aquí nos interesa, destacaremos fundamentalmente la existencia de cinco de ellos: narración, descripción, instrucción exposición y argumentación.

A nuestro criterio, los tres primeros (narración, descripción e instrucción) parecen responder a tres estadios distintos de una realidad discursiva particular: confluyen en la perspectiva de una captación del mundo desde fuera de él, con la siguiente diferencia:

La organización de lo narrativo constituiría una especie de mímesis o calco del funcionamiento del universo físico, en movimiento: personajes desenvolviéndose dentro de ciertos acontecimientos, razón por la que generalmente el resultado remite a una secuencia de acciones.
A su vez, la descripción reflejaría estados o escenas particulares de ese mismo universo, pero estacionariamente (si se quiere, pudieran ser consideradas secuencias narrativas equivalentes a imágenes “congeladas”).

La instrucción (o recurso lingüístico para exhortar a otro a que desempeñe una conducta específica) guarda igualmente un cierto parecido con la narración, y aunque no refleja propiamente una secuencia de acontecimientos (porque no es un orden representativo), sí implica la posibilidad de que el exhortado realice lo instruido y sus acciones puedan ser posteriormente “representadas”. Quiere decir que la narración alude a una secuencialidad accional ejecutada, en tanto la instrucción se refiere a una secuencialidad por ejecutar.

Y si atendemos a las otras dos materias u órdenes discursivos que hemos referido arriba, nos encontraríamos que uno de ellos, la exposición, se corresponde con una captación del universo conceptual desde fuera de él (como ocurre con el universo físico en los casos de la narración y la descripción): es decir, mediante la exposición el discurseante refleja conceptos, ideas o hechos que le son ajenos, que existen independientemente de su emisor. Visto así, dentro de este espectro discursivo, el único orden auténticamente subjetivo sería la argumentación: materia que sirve al usuario para manifestar sus juicios de valor, sus creencias, sus opiniones, acerca de los hechos del universo (físico o conceptual).

Podríamos reconocer entonces la existencia de dos órdenes dircursivos que resaltan por sobre los demás y que constituirían los dos extremos de ese continuum discursivo (figura 1): son la narración y la argumentación. Dentro de ese conjunto, la narración pareciera adquirir una importancia fundamental, por encima incluso de la argumentación, en la que, por razones de programa, no insistiremos demasiado aquí.

Pensemos, por ejemplo, que, de acuerdo con lo dicho aquí, los tres primeros órdenes, más que materias propiamente diferentes parecen facetas distintas de un solo megaorden o supraorden que los engloba: la NARRACIÓN. A esto podemos agregar que narración y exposición comparten el rasgo común del “punto de vista” desde el cual actúa el emisor (la captación del universo). Y si bien lo narrativo y lo argumentativo marcan la diferencia dentro del conjunto, y ambos merecen una atención particular, la variabilidad tipológica y los rasgos inherentes de la narración nos llevan a considerarla la materia discursiva más relevante en muchos aspectos, como explicaremos a continuación.

Narrar es de humanos

La estructura, el desarrollo y la multiplicidad de formatos del texto narrativo han sido una preocupación permanente dentro de los estudios literarios. Diversos enfoques se han elaborado durante la historia de la preceptiva literaria para dar cuenta de los rasgos tipificadores de la narración, y ello se ha hecho además a partir de distintos enfoques. Por su presencia inevitable en el desarrollo de las civilizaciones, lo narrativo ha sido objeto de interés y curiosidad desde épocas muy remotas. Prácticamente, el hombre se ha dedicado a relatar historias, y a reflexionar sobre el modo de hacerlo, desde el mismo surgimiento de la humanidad, ya fuera por la vía propiamente lingüística (oral, desde los inicios del lenguaje; gráfica, a partir de la invención de la escritura), o mediante otros recursos como sus manifestaciones pictóricas y artísticas en general. Es decir, la vida misma del homo loquens ha corrido paralela con un permanente afán por relatar aconteceres propios o ajenos. Hacer aquí el recuento de esa apasionante cronología rebasa de manera notable los propósitos del presente volumen, razón por la que sólo aludiremos muy sucintamente a la relación existente entre la narración, en cuanto que fenómeno cognoscitivo, y algunos rasgos privativos del lenguaje, como facultad exclusiva del hombre.

Sin pretensión de ser originales, pudiéramos decir de entrada que el narrar constituye un modo casi natural que el ser humano ha encontrado para establecer contacto comunitario con sus semejantes y con el entorno en general. De modo que lo narrativo constituye una realidad discursiva que va mucho más allá de su mera consideración como una materia u orden más dentro del espectro textual.

Desarrollaremos entonces algunos argumentos útiles para la justificación de esa hipótesis que, aunque no ha sido desconocida en las investigaciones del discurso, genera todavía ciertas reservas, sobre todo entre quienes analizan las diferentes materias textuales como si se tratara de un sistema general dentro del cual lo narrativo guarda nexos de paralelismo y de jerarquía menor con otras formas expresivas.

En consonancia con las explicaciones precedentes, adelantemos que, al menos en el marco de este breve volumen, asumiremos como premisa inicial la consideración de la narración como un supraorden u orden discursivo primario y decisivo para el desarrollo de otras habilidades comunicativas del hombre.

A tal efecto, podemos comenzar recordando que, por muchos esfuerzos que haya hecho la llamada “psicología animal”, muy difícil le ha sido demostrar que existan otras especies distintas de la humana, capaces de desempeñarse comunicativamente con base en sistemas lingüísticos similares a las lenguas naturales (véase el respecto Paéz Urdaneta, 1991, cap. 2 y Steinberg, 1993, cap. 2). Disciplinas tan respetables como la psicolingüística antropólogica, la psicolingüística experimental y la neuropsicolingüística han demostrado que el lenguaje hablado es una facultad inherente exclusivamente al hombre. Para ello han argumentado sobre la existencia de un conjunto de rasgos que, juntos, sólo son posibles en las lenguas naturales. Veamos por qué:

Toda lengua humana es considerada un sistema codificado complejo que:

1. Suele organizarse en dos categorías de unidades: unas mínimas sin significado (los fonemas) y otras mínimas con significado (los morfemas). Este doble nivel permite la organización de un número infinito de mensajes (estructurados, por ejemplo en palabras, frases, oraciones, períodos, etc.), a partir de un inventario limitado de elementos (los fonemas). El proceso se conoce como “doble articulación”, de acuerdo a como lo propusiera el lingüista francés André Martinet.

2. Permite que el usuario reflexione sobre el propio sistema, lo juzgue, lo evalúe y se refiera a sus características. Es decir, se trata de un sistema codificado autorreflexivo.

3. Admite la elaboración de significados no coincidentes con la realidad, esto es, significados ficticios o inexistentes dentro del marco de referencias que manejan los interlocutores. Con esto facilita la prevaricación intencional, la creación de mensajes y universos de ficción.

4. Ofrece la posibilidad de que el emisor refiera hechos del pasado, del presente y del futuro, en relación con el momento en que lo está expresando (desplazamiento temporal), además de no poner límites acerca de los espacios aludidos: inmediatos, cercanos o lejanos del lugar de la emisión, e incluso imaginarios (desplazamiento espacial).

Aceptados estos hechos, es natural que se imponga la especificidad del lenguaje en relación con la especie. Así mismo, algunas de las características mencionadas son también inherentes a la narración. Si, como veremos, el desplazamiento y la prevaricación intencional son factores importantísimos para la elaboración de textos narrativos, muy bien podríamos también pensar en la narración como la forma discursiva más importante para el desarrollo del caudal cognoscitivo humano.

Podríamos añadir incluso un argumento de tipo neurolingüístico: independientemente de que el hemisferio cerebral izquierdo sea o no un “hemisferio dominante” en relación con el lenguaje (hecho bastante discutible hoy día), sí se ha demostrado experimentalmente su estrecha vinculación con el control y desarrollo de conductas y esquemas cognoscitivos relacionados con estadios secuenciales, sumamente importantes tanto para la organización de las formas lingüísticas en general, como para las narrativas, en particular (Barrera y Fraca, 1999).

Aparte de que hay suficientes demostraciones experimentales que evidencian que algunos pacientes con afasias semánticas progresivas pierden diversas facultades lingüísticas y cognoscitivas, pero la facultad de relatar se mantiene hasta etapas tardías de la enfermedad (Rondal y Seron, 1991). De igual modo, la revisión de los diversos tópicos compilados por esos mismos autores permite inferir las relativas facilidades que muestran los niños no oyentes (o con retardo) para expresarse mediante la narración de historias, independientemente de los sistemas de codificación que utilicen. Lo mismo parece ocurrir cuando se hace seguimiento de procesos lingüísticos regresivos, ocurridos en ancianos de prolongada edad (Kemper, 1986, Tun, 1989, Obler, 1991). En la medida en que se van debilitando las habilidades lingüísticas generales en las personas mayores, éstas parecieran reforzar notablemente sus recursos narrativos, fundamentalmente en cuanto a la memoria mediata o remota. En contraste, la interpretación o producción de textos de otra naturaleza (principalmente argumentativos y expositivos) se hace una tarea cada vez más ardua.

Además, desde la mera perspectiva cultural de la humanidad, es obvia la presencia de la narración en un conjunto de manifestaciones expresivas que van desde las formas comunicativas más cotidianas y elementales como el comentario narrativo rutinario ( el chiste, la anécdota y el chisme, por ejemplo, la relación de un hecho cualquiera), hasta otras un tanto más complejas, informativas o artísticas (la noticia, el reportaje, la epopeya, la (auto)biografía, la novela, los partes científicos o policiales, el cuento, la fábula, la estampa, el diario, la crónica). Y esto, sin olvidar tipologías narrativas particulares de otras naturalezas: la canción (popular y no popular), la zarzuela, la ópera, las narraciones pictóricas, el cine, el teatro, la telenovela, etc.
No olvidemos tampoco que la estructura narrativa sirve en muchos casos para articular y hacer posible la mímesis de otras materias discursivas que se muestran más tardías en el proceso de desarrollo del lenguaje humano (Barrera y Fraca, 1999).

Quiere decir que, por ser la más cercana a la propia naturaleza del lenguaje, la superestructura narrativa suele servir de soporte o vehículo lingüístico inicial para el acceso a otras formas discursivas posteriores. En diversas etapas de su vida, el hombre convierte en narración todo lo que no puede manifestar de otra manera. Puede exponer ideas narrando; ofrecer opiniones o mostrar los aspectos relevantes de una situación u objeto, narrando; dar instrucciones, narrando. Como si hubiera la creencia subyacente en su competencia lingüística de que todo en el universo es “narrable”. Un ejemplo cotidiano: ante la necesidad de recuperar la atención de una audiencia distraída, todo experto docente u orador suele recurrir (a veces intuitivamente) a las ventajas más que demostradas de la intercalación repentina de un cuento, una anécdota, un “chisme”, o cualquier comentario que tenga como base una historia. Es asombrosa la manera como los oyentes “despiertan” y vuelven a centrar la atención en lo que decimos cuando recurrimos al “gancho” narrativo para cautivarlos de nuevo. Narrar es entonces la actividad comunicativa humana por excelencia. Lo que a su vez hace pensar incluso en una hipótesis, no por más arriesgada, menos atractiva: la posibilidad de que la narración constituya la única materia discursiva verdaderamente universal.

Habría que investigar entonces muy seriamente esta premisa de que lo narrativo esté sujeto en el ser humano a la misma especificidad que la investigación lingüística le ha atribuido a la facultad del lenguaje. Y si esto llegara a comprobarse, igualmente serviría para justificar la narratividad como el fenómeno comunicacional de mayor relevancia para la especie. Por encima de otras materias (descripción, exposición, argumentación, instrucción, etc) el texto narrativo constituiría la forma expresiva más relevante de la humanidad.

Y de ahí su importancia como recurso discursivo que pudiera muy bien implicar a todos los demás (abarcándolos, incluyéndolos, transformándolos) y su indudable relación con todo lo que tiene que ver con la formación y evolución conceptual del hombre: igual que el lenguaje, materializado principalmente a través de las llamadas lenguas naturales, lo narrativo estaría vinculado a lo humano desde muy temprano, y desde los inicios de su historia cultural y social, razón más que suficiente para que se le considere como la expresión textual más expansiva. De allí también la proliferación de manifestaciones concretas en diversos tipos de textos narrativos específicos (naturales o ficticios, para atenernos a la terminología global utilizada por Teun van Dijk, que desarrollaremos más adelante, capitulo 3).

Esas son algunas de las razones para que nos hayamos propuesto esta indagación discursiva sobre la narración, en el marco teórico de la lingüística del discurso, y principalmente desde la perspectiva comunicacional, a fin de establecer los vínculos con la narración literaria, pero con la esperanza de que los planteamientos puedan igualmente ser aplicables a tipologías literarias cuya base de sustentación lingüística sean otros órdenes distintos.

En el primer capítulo desarrollaremos algunos aspectos que intentan ubicar al lector en el marco teórico general del que deseamos aprovecharnos. El mismo sintetiza la consideración del texto literario a partir de las tres corrientes de la lingüística contemporánea que mayor relevancia han tenido durante el siglo XX: el estructuralismo, el generativismo y la lingüística del discurso. Una vez demostradas las ventajas teóricas y metodológicas de esta última, asumiremos como punto de partida las principales premisas teóricas de la misma, en virtud de sus necesarias implicaciones filosóficas con la narratología y la estética de la recepción, disciplinas que también habrán de servirnos como soporte fundamental.

La consideración del fenómeno literario, como parte de un circuito comunicativo de características muy particulares, implica también la necesidad de indagar en torno al texto literario como parte de un “acto de habla ritual”, abordaje para el cual nos basaremos principalmente en los conceptos de autores como Teun van Dijk, Michael Halliday y Mijail Bajtin, entre otros. Ese será el contenido del capítulo 2. Nos proponemos esquematizar la interrelación de factores fundamentales dentro del proceso de producción literaria como lo son el escritor, el receptor, los contextos de producción y recepción, los referentes y, naturalmente, el texto mismo. Todo ello sobre la base conceptual de la noción de competencia literaria, considerada a su vez desde la perspectiva más amplia de lo que se denomina competencia comunicativa.

Adicionalmente, hemos creído necesario dedicar algunas páginas a la caracterización general del discurso narrativo, a objeto de sistematizar las específicas marcas textuales y contextuales de la narración literaria (capítulo 3). Nos interesa desarrollar en ese ámbito el acercamiento a un modelo discursivo que intenta explicar la narración, no sólo como fenómeno general del lenguaje, sino también a partir de su rango dentro de lo literario. Para esto, partiremos de una consideración general entre género literario y orden discursivo. Abordaremos así mismo las diferencias entre la narrativa natural y la narrativa artificial, para afrontar después, desde una perspectiva psicolingüística, las nociones de “realidad” y “fantasía” en el texto narrativo. Todo esto con el propósito de dejar claros los límites que pueden establecerse para explicar el procesamiento cognoscitivo de la narración y sus efectos miméticos en relación con el funcionamiento del universo.

Luego entraremos en la consideración de la noción de relato literario, a fin de discutir los rasgos textuales y contextuales que lo distinguen. Finalmente, cerraremos el capítulo con la esquematización del modelo comunicativo del texto narrativo, en función de su especificidad como orden del discurso y de los elementos de que suele componerse: narrador, personajes, acontecimientos, contexto, referentes y narratario.

Dedicaremos el capítulo 4 a una revisión actualizada de lo que significa el cuento literario como categoría narrativa y, más específicamente, como paradigma fundamental dentro del orden narrativo.

A modo de cierre del volumen, y para ratificar la orientación pedagógica con que se enfoca el conjunto, el capítulo V ofrece una muestra de aplicación de todo este caudal teórico a tres conjuntos específicos de cuentos. Su objetivo fundamental es ofrecer al lector una metodología específica par el análisis de muestras concretas de cuentos.

En cuanto a su objetivo global, las ideas sistematizadas en este compendio buscan ofrecer al lector una posibilidad introductoria al análisis del texto narrativo en particular –y también del texto literario en general- que vaya más allá del inmanentismo estructural del mismo y se adentre en las implicaciones comunicacionales de la literatura como fenómeno sociolingüístico. A partir de un lenguaje que intenta ser lo más explícito posible y evitando hasta donde se ha podido la proliferación de tecnicismos y de referencias bibliográficas, cada capítulo ha sido diseñado para funcionar también de manera independiente. Se intenta, a fin de cuentas, recuperar de manera más o menos sencilla y práctica algunos aportes de la lingüística para la investigación literaria, pero sin llegar a los extremos de ciertas metodologías en las que la retórica especializada y los formulismos parecen mucho más importantes que los lectores a quienes están dirigidos.

Si ese propósito general se hace realidad entre los profesores e investigadores de la literatura y los estudiantes de letras o carreras afines, habremos dado un paso más en la desmitificación de esa perversa orientación que casi ha llegado a divorciar disciplinas inseparables como la lingüística y la investigación literaria.

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